lunes, 31 de agosto de 2015

SOBRENATURAL Y SOBREHUMANO

         Los dos últimos fenómenos sobrenaturales, de los que en un programa de televisión he tenido la oportunidad de recibir información, han sido: La bilocación o cualidad de una persona capaz de aparecer en dos lugares a la vez, y la fantasmogénesis o aparición de siluetas antropomorfas difuminadas que flotan y atraviesan las paredes.

     ¡Alucine el lector si es razonable!

     Adentrados en un mundo de conocimientos avanzados del siglo XXI, el misterio y los enigmas no parecen haber acabado y nos son familiares términos como lo paranormal, los conjuros o el mal de ojo, el espiritismo, la telequinesia, la levitación, las psicofonías,  la teleplastia, la estigmatización y hasta el hechizo y la  psicocirugía… sin contar con  disciplinas que se acercan a la ciencia infusa y proveen, al iniciado, de un caudal envidiable de conocimientos de la vida ajena como la quiromancia, la cartomancia, el tarotismo, o la astrología… por no hablar de la invocación al espíritu de los muertos y la güija.

      ¡Una feria bien servida de supersticiones y sandeces!

     Para un hombre que ve con los ojos de la cara y tiene los pies en la tierra, semejantes artes cercanas a la adivinación y la brujería, son propias de la Edad Media. Y en la medida en que una sociedad metaboliza estas miserias, su nivel cultural se arrastra en un magma idiota, en vez de andar. La civilización culta y racionalista de avances espectaculares, que ha llegado a la Luna y cura el cáncer, ha hecho de los medios de comunicación un arma mágica de información y relaciones sociales, y ofrece una esperanza de vida al nacer que duplica la de hace un siglo, no parece el lugar en que magias y maleficios pasen por sensatos.  

        Sin embargo no es extraño tropezar con personas de aparente solvencia cultural, dispuestas a contradecir nuestros presupuestos. Recuerdo haber trabajado en México durante algunos meses con un ingeniero en electrónica, que poco después de conocernos me aseguró que había tenido repetidas encuentros con Jesucristo y con el Diablo. Yo no daba crédito a mis oídos, la revelación me conmovió, las víctimas trastornadas por los fraudes paranormales no siempre son los más humildes. No obstante el hecho de encontrarse con un técnico místico no es raro ni extraordinario en un subcontinente, como América Latina, donde ensalmos cábalas y nigromancias reinan como alternativa a la realidad.

       Rechazo cuanto la experiencia y la razón me aconsejan, son el trabajo, el estudio y la investigación quienes cambian el mundo y lo hacen comprender, no el miedo y la ignorancia. Pero el peso de un pasado que se resiste a morir se impone a nuestros deseos, y los charlatanes cultivan el campo en que germinan  supercherías, oscurantismos, presagios y augurios. No tengo a mi alcance datos fiables de otras latitudes, y lo siento, pero un estudio realizado en los EE.UU, por el Instituto Gallup, en el año 2005, reveló que la mayoría de los estadounidenses cree en fabulaciones vividas a veces en primera persona… quien sabe si en sueños o como producto de la ingesta de sustancias que lo causan. Tales creencias las recoge  el sondeo que resumimos a continuación:

      Un 20% de los encuestados cree  en la reencarnación, el 21% en las brujas y la comunicación personal con los muertos. El 25% en la astrología, el 26% en la adivinación del futuro, el 31% en la telepatía y el 32% en fantasmas. El 37% de los encuestados cree que existen las casas embrujadas, y el 41% en la percepción extrasensorial. Más de un 70% de los estadounidenses da crédito a una o más quimeras irracionales, y sólo un minoritario 27%, escéptico,  discute oponiéndose y negando verosimilitud a cualquiera de estas supersticiones.


 

¡Qué país! Hace bueno el aforismo machadiano que asegura: “De cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. Y contra lo que la razón y la experiencia nos enseñan, cada día, apuesta por la existencia de entidades metafísicas, en no menor medida que por las fuerzas sobrehumanas y desde luego sobrenaturales. Pero a nosotros nos tienta pensar a la manera del viejo humanista Montaigne, al decir: Sólo conocemos lo sobrehumano en lo humano como expresión voluntariosa y vacía de sentido real. En consecuencia es razonable aseverar que:

Ninguna fuerza humana es sobrehumana.

Ninguna inteligencia humana es sobrehumana.

Ninguna sensibilidad humana es sobrehumana.

Ninguna voluntad y ninguna aptitud humana son sobrehumanas.

Ningún hombre, santo o pecador, inteligente o zafio, es ni será sobrehumano.



        ¡No! Ninguno es más alto que su propia estatura, ni pesa más de lo que dice la balanza, porque ello –apuntaría un tinerfeño castizo– es tanto como pretender tirarse un pedo más grande que el culo.

En cuanto a lo sobrenatural cabe decir que participa de igual desmesura que lo sobrehumano: ambos toman lo ancestral y atávico por verdadero, y lo deseable por  practicable. En ese sentido, pretender conciliar lo sobrenatural con lo real, es tan absurdo como asumir que uno más uno suman cinco. Tomás de Aquino, arrimando el ascua a su sardina, pensaba que toda creencia sobrenatural ajena al cristianismo es superstición de inspiración satánica. Pero el pensamiento moderno  de inspiración humanista y credenciales de racionalidad, asegura que en la naturaleza, o en nuestro planeta, en el sistema solar o en el cosmos: todo es natural, absolutamente natural, y nada existe que lo contradiga. Lo sobrenatural, al calor de un salón bien climatizado, viene bien a las noches en plena tempestad y cuando la intimidad familiar  pide crear ficciones ociosas que las hagan inolvidables.