domingo, 21 de diciembre de 2014

JESÚS NO NACIÓ EN BELÉN

Ernest Renán
            Cada año y cuando llega esta época me animo a releer algunos de los libros, que conservo desde hace muchos años e investigan racionalmente  la historia de los orígenes de Cristianismo. Ayer mismo comencé con  la “Vida de Jesús” cuyo autor es Ernest Renán, (un sacerdote francés que renunció muy pronto a las órdenes eclesiásticas)  por tratarse de uno de los primeros críticos que discuten la ortodoxia en que nos educaron. Me atraen más las circunstancias reales o la importancia en la historia de los personajes de carne y hueso que, la visión mitológica y legendaria que hincha a los protagonistas como globos, o la perspectiva del artista que los pinta del color que gusta a los mecenas, y satisfacen enternecedoras y lacrimosas debilidades populares, o tensiones emocionales adecuadas al momento.



         Quiero decir que siento predilección por los textos críticos y generosos en razones, antes que por los edificantes, tradicionales y canónigos a los que sobra dogma, leyendas inverosímiles y almidón, e incluso persiguen chantajear al lector echando a los inocentes a los leones. Valoro además muy especialmente todo aquello que es natural, porque todo lo que existe es evidentemente natural, o no existe, y tengo a lo sobrenatural por un entuerto psicológico que nos atormenta, pero no da pan. Por todo eso busqué en el índice del libro algún capítulo que me acercara al nacimiento del Cristo de la historia, o encarnación del sufrimiento humano, y no al Jesús del folklore al que adoran los Reyes Magos vestidos con mantos de armiño y montados sobre lustrosos  y elegantes camellos, que no traen a los pobres otra cosa que consuelos y baratijas sin valor. Encontré enseguida la referencia que buscaba, en el capítulo II, página 77, que dice en sus primeras líneas: 




          Jesús nació en Nazareth, un pueblecito de Galilea que hasta entonces no gozó de celebridad. Durante toda su vida se le conoció como el nazareno, y no es más que por un arcano embarazoso por lo que se le hace nacer a Jesús en Belén. 


          Después cerré el volumen y anduve merodeando en otros títulos que, sería enjundioso citar. Lo curioso es que por razones nada historicistas, los  evangelistas Mateo y Lucas creyeron saber que Jesús nació en Belén: Beth-lehem. Y así había de ser  porque tal lugar era la patria chica de David, las profecías lo anticipaban y, es sabido que si los vaticinios no coinciden con la realidad… ¡peor para la realidad! Dado que la familia de Jesús vivía en Nazaret, faltaba dar con un motivo convincente para el nacimiento de Jesús en Belén, pero el evangelista S. Lucas lo encontró. Y si no lo encontró, presumió haberlo encontrado asegurando que el gobernador romano, al que llama equivocadamente Cirino, decretó un censo de la población bajo condiciones insólitas e increíbles: una estúpida orden administrativa que hubiera obligado a todas las familias de Palestina a desplazarse hasta el origen de cada una de las 12 tribus a que pertenecieron sus ancestros 1.000 años atrás, aunque después de tantos siglos lo ignoraran. En definitiva un modelo censal caótico no creíble, que hubiera puesto caprichosamente en movimiento y patas arriba a toda una región, o de extremada peligrosidad para casos como el de  María, que tras 9 meses de gestación habría de someterse a la aventura heroica de recorrer 150 kilómetros, en burro, a lo largo de 10 penosos días de viaje y sus frías noches invernales, para volver tras la inscripción en el padrón a sufrir un segundo episodio. Sorprende incluso el despropósito de que lo aceptara un esposo como José, a quien hoy  se condenaría por bárbara violencia de género o locura transitoria; y sorprende tanto como pensar que a los romanos preocupaba la pertenencia de los judíos a determinado origen tribal, antes que el hecho práctico del control de la población por razones puramente económicas. 


Publio Sulpicio Cirino gobernador de Siria
         Aunque no como aventuró S. Lucas, en efecto se realizó un censo decretado por el gobernador romano Publio Sulpicio Quirino, en el año 6 de nuestra era, en el que se registraron los habitantes de cada población, produciéndose un histórico y violento levantamiento popular armado, porque los judíos fueron la mosca cojonera del Imperio durante muchos años, y no el factor humano de un paisaje bucólico y soleado. Mas para entonces el rey Herodes el Grande descansaba en la tumba desde 10 años antes, y ahí tenemos otro escollo de difícil digestión: según la hipótesis de S. Lucas, Jesús habría nacido en el año 6 de nuestra era, pero según S. Mateo es necesario remontarse al año 4 antes de nuestra era y, cuando el rey sátrapa  aún estaba vivo. En tal  contradicción, y otras muchas que nos ahorramos en bien de la brevedad, incurren muchos años después de los acontecimientos, unos evangelistas que escriben en lugares distantes a aquellos en que sucedieron los hechos que narran.

         En realidad conocer la verdadera historia es un lujo difícil de adquirir, y como ya hemos visto, lo esencial para aquellos biógrafos de Jesús, es que como en repetidos capítulos de su vida se cumplieran las profecías contenidas en La Biblia, con independencia de su historicidad, lo que llenó de estupor en la Modernidad a: mitólogos, racionalistas, arqueólogos, orientalistas, filólogos, historiadores de las religiones y pensadores críticos en general, en el empeño del conocimiento objetivo y asumible de los hechos y, en consecuencia obligados a sostener la idea del nacimiento de Jesús en Nazaret, o algún otro lugar cercano a esta localidad.


         Nosotros, y llegados a este punto que apenas subraya las contradicciones, lo dejamos aquí antes de entrar en largas consideraciones y detalles aburridos para el lector porque ya no son ningún misterio, y cualquier cura de pueblo daría hoy por acertados e inteligentes. 


          ¡Felices fiestas, feliz 2015, y que la suerte piense en quienes la necesitan!


lunes, 1 de diciembre de 2014

LA CARTA DE DIOS A PEDRO A. HERAS CABALLERO


        Hoy, como en los años de mi adolescencia, me confunde un complejo misterio en la personalidad de Pedro Antonio Heras Caballero: la duplicidad de funciones en su  personalidad, y en consecuencia dos alternativas aparentes entre las que se debatió nuestro amigo, al que profeso un afecto y admiración sincera, y al que  escuchamos el día 27 de este lluvioso y templado noviembre de 2014, en el ATENEO DE MADRID.

          Hay un Pedro Antonio epicúreo, escéptico, pragmático  y satírico, que hace honor a su segundo apellido adoptando caballerescos y tolerantes gestos y actitudes. Un tipo a veces desdeñoso y de sentimientos románticos, ligero y atrevido, compasivo, quebradizo, optimista y de sano sentido del humor. El humanista irónico y largo, próximo al arquetipo más mundano de nuestro tiempo, desencantado de la moralina y las apariencias, invulnerable a la crítica, desentendido de las preocupaciones metafísicas a las que no atiende porque inducen a la conciencia de pecado, y remiso a aceptar lo que algunos tienen por venerable.

       Pero hay también un Pedro Antonio Heras Caballero superpuesto: místico y proselitista, disciplinado y tenaz, lírico, sensible y temeroso de no se qué y de  no sé quién. Un Pedro Antonio Heras respetuoso de las actitudes, las tradiciones y los principios morales de los antepasados que, tomados por heroicos y virtuosos, nos dejaron un rastro al que nos piden seguir. Un Pedro Antonio que pone de relieve el esplendor de lo viejo, y  hace gala de  libresca erudición o pensamiento extenso y profundo. Un Pedro nostálgico e inseguro, melancólico, aflictivo, y de escasa confianza en el futuro. Sí, hay en él un mesiánico, dogmático conservador, un liberal apóstol de la sobriedad y el sacrificio personal, y no ajeno al duro y necesario sacrificio colectivo.

       Y ambos perfiles de Pedro Antonio Heras Caballero se dieron cita en el ATENEO DE MADRID, pareciendo guardar una carta en el bolsillo, remitida directamente por Dios, en la que se le recordaba el respeto a la tradición, e invitaba a llevar a cabo una tarea de interés esencial en defensa del Obispado cordobés:


       “Un día y en tus lejanos 14 años de edad –le decía Dios no exento de ironía– te faculté para que conquistaras la medalla de oro en los campeonatos nacionales de Atletismo, en Lanzamiento de Disco, cuando en España  todavía se traducía Disco por: Microsurco. Hoy pongo ante tus ojos cuantos documentos necesitas para insinuar que conoces del Alfa hasta el Omega del litigio que, disputan bandas de humanos por la Mezquita de Córdoba. Sé astuto… y no entres en cuestiones de moral, ni en el derecho de los laicos a conservar lo que es de todos,   porque de la moral no se come, y los hombres sois seres espirituales en los que he puesto ambiciones y egoísmos personales, o intereses e instintos más poderosos que la razón, que se disputan los bienes materiales”.              Y astuto, lo fue. Tras adelantar, a la gallega, el propósito de exponer sin pasión y con asepsia las razones de la Iglesia para afirmarse en la propiedad del monumento, hizo caer sobre el lleno total del auditorio, una catarata de sólidos argumentos entre los que no cabía la duda. La concurrencia, que todavía no había tenido la oportunidad de revelar sus simpatías ni tendencias ideológicas, preocupaba al conferenciante cuyo tono conciliador, desembarazado de altivas maneras revelaba en la  mirada un tanto inquieta, esquiva o reservada, una incuestionable preocupación.


        Y sin duda, estuvo brillante, locuaz, profuso en testimonios, batallador y atento a la reacción de los presentes, en tanto movía papeles incasablemente que probaban la objetividad histórica y legal de sus afirmaciones, con  nerviosismo y ansiedad evidente. Al paso del tiempo, serenándose, reducía la tensión emocional dando fin a la alocución premiada por el auditorio con una encendida ovación, que el cronista que suscribe estas líneas también le tributó, reconociendo un trabajo concienzudo y meritorio, aunque de conclusiones que chocan con mi sensibilidad.



       Y comenzó el debate. Entonces la desconfianza de Pedro Antonio se disolvió tras comprobar que la oposición a su tesis, o no estaba presente, o no se manifestaba.  Su actitud en respuesta al reconocimiento ganó en franqueza, y su mirada antes reservada, ahora se dirigía directamente a los oyentes buscando la complicidad en defensa de sus juicios. La conferencia de Pedro Antonio Heras Caballero resultaba, en conclusión, un distendido paseo por los Jardines del Retiro, porque nunca se han cortado orejas con mayor facilidad. Y tal vez lo más destacado de las aportaciones del respetable, fuera la repetida propuesta de convertir la Mezquita de  Córdoba en un recinto museístico al estilo de Santa Sofía de Estambul, y la menos afortunada la de desmontar el crucero de la catedral para devolver al  monumento su extraordinario e inigualable esplendor original.

        Lo demás fueron merecidas felicitaciones a su exposición.

        Nadie habló de los análisis  tumorales llevados a cabo tras la biopsia, que  prueban la existencia de una metástasis de codicia y  corrupción que, ha invadido todos los poros de los poderes públicos y los poderes fácticos en España. No se puso en cuestión la tormenta de ambiciones que ha producido nuestro acercamiento a Europa y la entrada en el Euro, desatando el deseo de apropiación no sólo de la piel, el corazón, el esqueleto o los cuernos y el rabo del toro, sino de todo un Patrimonio Monumental y Cultural, cuya propiedad verdadera no puede decidir ningún rey ni tribunal, porque pertenece a todos sus ciudadanos.

martes, 18 de noviembre de 2014

¿A QUIÉN PERTENECE LA MEZQUITA DE CÓRDOBA?

         La Mezquita de Córdoba está construida sobre lo que fue el templo pagano del Dios Jano, una divinidad romana de los principios y de los finales, con dos caras que miran en sentido opuesto: a Oriente y Occidente. Más tarde el templo se consagró al culto Arriano bajo la advocación de  San Vicente, y siglos después  en cuatro etapas que van desde el año 780 al 987, los musulmanes ejecutaron la obra magna que hoy asombra a todos. A su finalización, la Mezquita de Córdoba ocupaba el tercer lugar del mundo por sus dimensiones, después de las dos de Samarra (Irak). Finalmente el Rey Fernando III, tras de la conquista de la ciudad puso el edificio islámico en manos de la Iglesia Católica, y en el tercio delantero del siglo XIII lo inauguraba como catedral. 

  
       Ahora vengamos a nuestra época. 

        En el año 1984, y descrita como mezquita por la Unesco, fue declarada Patrimonio de la Humanidad, y 22 años después la modificación de la ley hipotecaria, llevada a cabo por el gobierno presidido por el señor Aznar, permitía a la Iglesia Católica inscribirla a su nombre en el Registro de la Propiedad número 4 de Córdoba: Día 2 de Marzo de 2006, tomo 2381, libro 155, folio 198. La gestión para apropiarse una de las maravillas del  mundo, costó 30 euros, una bagatela, el precio de unos pantalones vaqueros en las rebajas de El Corte Inglés. A todas luces el procedimiento vendría a probar que “lo que es de todos es de la Iglesia”, pero alarma el solo hecho de pensarlo.


         No es de ninguna originalidad, pero sí inevitable, recurrir a  la historia de Santa Sofía, la obra más grande y sagrada de la época Bizantina y símbolo de la ciudad mítica de Estambul, por la semejanza que guarda con la historia de la Mezquita de Córdoba. Santa Sofía, fundada como iglesia por el emperador Constantino, en el año 360, fue destruida por un incendio en el 404. Pasó por sucesivas reconstrucciones y, Bizantina o Católica, fue la catedral más grande del mundo hasta 1453, en que los turcos otomanos conquistaron la ciudad y la  convirtieron en mezquita.  Pero en 1935, secularizada y en manos del estado turco, pasó a convertirse en el Museo de Santa Sofía, que visitan millones de turistas cada año, sensibles al arte, la cultura y la historia.


        Sabido esto, retornemos a la Mezquita de Córdoba. 

        Pueden esgrimirse en defensa de la propiedad eclesiástica, argumentos tan legales como aquellos que  permiten, a los ingleses, el dominio sobre el Peñón de Gibraltar del que saldrán más tarde o más temprano, pero de moralidad cuanto menos controvertida. 


         Ni soy jurista, ni entraré en la disputa que se ventilará ante los tribunales. Aquí no discutimos la ley, aquí discutimos el derecho de los pueblos a ser dueños de su historia. En tal sentido se apela a la conciencia desprendida de una esfera religiosa al oído del clamor por la titularidad pública para un monumento que, trasciende los límites de una sola doctrina. ¿Qué otra actitud esperar  de quienes tienen a la pobreza por virtud, y la obediencia por vocación? Para el místico e ilustre sacerdote dominico alemán de la Edad Media, maestro Eckhart, los verdaderos vínculos con Dios se establecen desde los valores y no desde las propiedades materiales. Enseñaba el dominico que no debe confundirse:


         Tener con Ser. Ser con Tener.
         Ahora bien, el afán posesivo hace perder los sentidos o el oremus, y el deleite de Tener y gritar: ¡esto es mío! enloquece. Saben los obispos, porque así lo enseñan, que la pobreza es la acreditación por excelencia ante la más alta  instancia moral, pero también que predicar no es dar trigo, porque en  pobres o ricos, las emociones y los  instintos prevalecen sobre la razón. 


         A nosotros, los eclesiásticos en la adolescencia nos exigían voluntad y firmeza para dominar las pasiones, que ciegan el alma y la atormentan. El discurso era muy claro para que lo ignoremos, aplíquense ahora los obispos dedicados a la gestión del patrimonio material de este mundo, la misma receta espiritual, y no dejen dormir en la conciencia problemas no resueltos, que acaban por hacer de su arenga un montón de palabras… Aplíquenselo relajando el ímpetu de tirarse a rebato sobre las obras monumentales, diseminadas por toda España, que fueron siempre propiedad de todos y no tuvieron dueño ni nadie reclamó. ¿O todo fin espiritual, y trascendente, ha de soportarse irremediablemente sobre bienes materiales perecederos?


         ¿Y si  buscáramos en otros ámbitos el modelo a seguir para enderezar el entuerto? 


         Hay bienes históricos en España cuya propiedad sería susceptible de disputa y, en virtud del imperio del sentido común, no lo son: El Palacio Real de Madrid, los palacios de Aranjuez, Riofrío, La Granja, El Escorial… pertenecen al Patrimonio Nacional y están entre los más bellos y cuidados de Europa. ¿Acaso los reyes, cuyo origen divino indiscutible afirmaba la Iglesia, no disputarían las propiedades históricas con más derecho que el obispo de Córdoba pugna por la Mezquita? ¿No vendría bien a la Casa Real Española litigar por la posesión y usufructo de los cuadros del Museo del Prado, las innumerables obras de arte diseminadas a lo largo del país, las Cañadas Reales, los libros de la Biblioteca Nacional, La Puerta de Alcalá, los Jardines de Aranjuez y hasta el río Tajo que los atraviesa? ¿Quién negaría al monarca y antiguo dueño absoluto de vidas y haciendas, el privilegio de gozar de la ganga, la breva, la canonjía y el beneficio de los Palacios Reales puestos en producción especulativa? 


        Pues bien, amigo lector, la monarquía no reivindica ninguna propiedad.
       ¡Chapeau!
       ¡Imitémosla!
 


        Ni nación alguna, ni clan, ni casta, ni linaje por antiquísimo que se estime, reclama la propiedad del Mar Mediterráneo en el que navegan y navegarán todos los pueblos, porque no es de nadie y es de todos. Y ningún colectivo debiera ambicionar la apropiación de una obra colosal para la que, estando en Córdoba, se han requerido multitudes de hombres, ingente trabajo, y la inteligencia y el gusto artístico aportado por paganos, cristianos, judíos, musulmanes, y hasta gitanos, en decenas de siglos de historia. La Mezquita es un espíritu petrificado y milenario, que recoge todos los esfuerzos, y los espíritus no se inscriben en ningún registro mercantil. Somos un pueblo adulto, y pese a los obstáculos interpuestos en el camino, seguirá diciéndose mil veces más que: la Mezquita, como el mar, el aire, las estrellas, el fuego, o los cocodrilos del Nilo, no pertenece  a ninguna institución vieja, ni nueva, ni ancestral, ni posmoderna; alegatos populares la quieren patrimonio de los cordobeses y andaluces… patrimonio de los españoles, y de los ciudadanos del mundo entero, de los  fontaneros, ermitaños, o generales artilleros, laicos, indiferentes y neutrales, místicos  y religiosos. 

            No diré más por hoy; quiero terminar recordando que cuando mis hijos eran pequeños y pasaba con ellos por algún atractivo paraje natural, alguna obra de arquitectura singular eclesiástica o civil, castillo o plaza fortificada, les decía en tono lo más persuasivo posible: 


            “Esto es lo mejor que puede dejaros mi generación, una herencia riquísima”. 


            Ahora que debo de hablar a mis nietos en el mismo tono, cuando pase por la Mezquita de Córdoba cambiaré el mensaje asegurándoles: 


             “Esto es un tesoro que hubierais heredado de no adelantarse la Iglesia”.



jueves, 16 de octubre de 2014

Derecha e izquierda



     Nadie ignora de donde venimos, la geopolítica y los acontecimientos históricos nos han situado en el lugar que ocupamos hoy, frente a dos alternativas o modelos de sociedad que cabe suponer inevitables, y nos permiten preguntarnos adónde vamos.   
    
     ¿Vamos hacia una sociedad que acepta el juego del capitalismo social, la observancia de deberes o derechos que dignifican a todos los ciudadanos, y el cumplimiento de la justicia?


     O, por el contrario: 

     ¿Caminamos hacia la implantación de los métodos del neoliberalismo salvaje,  la   corrupción institucionalizada, las sociedades de capital sin control, los paraísos fiscales, la limosna o el donativo, el predominio de las libertades sin discriminación, y la demolición del estado de bienestar?

     Planteamos así la cuestión política por excelencia, circunscrita a la eterna lateralidad derecha e izquierda, y que Hannah Arendt, de ningún modo sospechosa de izquierdismo, identifica con egoísmo y compasión, que a juicio de  Nietzsche son partes esenciales del alma. Por extraño que parezca, hablamos de una vieja división entre los individuos que proviene desde los tiempos de Caín y Abel. De manera que, la Derecha y la Izquierda vendrían a representar grandes sectores sociales, separados por una situación económica, que determina la conciencia social y el cultivo del vicio o la virtud. El esquema, simétrico, no es ideológico ni tendencioso sino razonable, lógico y natural, un estado de la conciencia de cada individuo que no ha sido impuesto artificialmente por nadie. 

     En definitiva, progres y escasos de recursos empujados por elementales necesidades de supervivencia, debieran alinearse en la Izquierda urgiendo a la realización de trasformaciones profundas, en tanto conservadores liberales y de Derecha lamentan profundamente el estado de cosas, o tal vez indiferentes introducen sus manos en los bolsillos aconsejando una falaz solución: dejad hacer, dejad pasar, que el mundo se arregla solo. 

     Y tampoco ha de sorprendernos la legitimidad de los valores que sustentan.

     De un lado la Derecha:
     Abanderaría el aprecio incondicional al interés como única ética personal. Y también el orden, la ley del mercado, el trabajo, la autoridad, el mérito, la libertad, la privatización del patrimonio público, la enseñanza privada, el culto al jefe, el respeto a la tradición, el pragmatismo y el realismo, las organizaciones paliativas de la miseria, la caridad… la caridad… la caridad… 

     Del lado opuesto, la Izquierda:
     Sería adalid de la compasión o sentimiento humano explícito que, desea  eliminar el sufrimiento de la mano del Estado providencial. Y ponderaría la generosidad, el laicismo, la solidaridad, el ocio y las fiestas, los derechos laborales, la igualdad, los impuestos directos, la enseñanza gratuita, la nacionalización de la riqueza, el idealismo y la utopía, el asociacionismo profesional, la justicia… la justicia… la justicia…  


     Y cometeríamos un error omitiendo otros valores, que defienden tirios o troyanos.

     La Derecha: La importancia de comer pocos para comer mucho.

     La izquierda: La necesidad de comer poco para comer todos.

     La Derecha: La veneración al Pasado, la Nación y la Monarquía.

     La Izquierda: La pasión por el Futuro, el Pueblo y la República.

     Por lo que respecta al sentimiento religioso, cuando se da, y aunque cada cual arrima el ascua a su sardina y la herejía tiñe ambas concepciones políticas, sostienen una misma figura en lo dogmático con proyectos distintos, e incluso disparatados:

     La Derecha propone la salvación individual y un Cristo de la fe. 

     Y la Izquierda defiende la salvación colectiva y un Cristo de la historia. 

     La Izquierda asume a Lucas por su apego a la realidad. 

     Y la Derecha a Mateo, preferido de la Iglesia, por su obvio revisionismo.        
   
     Y ello porque, en diferentes versículos, las contradicciones entre ambos evangelistas deciden tendencias dispares, proponiendo una espera interminable para los cambios sociales, o urgiendo a su cumplimiento ¡aquí y ahora!  En favor de la brevedad, nos serviremos de un solo ejemplo del Sermón de la  Montaña, y el drama candente de la pobreza.

     Para Lucas, un Cristo de la historia, socialmente radical, predicaba la urgente e inaplazable necesidad de cambiar el mundo. Y promete sustituirlo por el ideal del reino de Dios que, esperaba implantar el patriotismo judío en su tierra, ocupada militarmente por los romanos a quienes se combatía con las armas: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de Dios”. En contextos diferentes, hoy podríamos ver su réplica en la Teología de la Liberación.


     Para Mateo, por el contrario, Cristo dijo otra cosa, hablaba otro idioma. Un Cristo de la fe, místico y neutral, transige con una realidad injusta e irreversible, remitiendo la solución a largo plazo, a un mundo más allá de la vida:Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Una fórmula confusa con retoques de gruesa retórica, bien avenida  con el hecho de conceder al César derechos que un judío jamás hubiera concedido, del gusto hoy de los obispos evidentemente conservadores, en la que está por despejar quienes son esos pobres.

     Dicho esto, y para terminar, ni están todos los que son, ni son todos los que están en la Izquierda o la Derecha. Multitud de individuos, por torpeza o por extraordinaria sensibilidad, sostienen ideologías que entran en contradicción con su propia realidad social. Y el cambio de chaqueta es un  hecho frecuente en ambas formaciones o extremidades de un cuerpo único, condenadas a entenderse. Izquierda y Derecha son opuestos de un mismo organismo, cuyas identidades no pueden definirse sin la existencia de su adversario: 

     El hombre se mide por la fuerza que se le opone, aseguró José Martí.

sábado, 13 de septiembre de 2014

¿HA SIDO USTED ALGUNA VEZ DIVINIZADO?

           Tal vez hoy tengamos sobreinformación sobre la fuerza que opera en la unión de la pareja humana, pero nuestros abuelos, por ejemplo, apenas disponían de la percepción personal o la sagacidad campesina e iletrada, amén de algún tipo de asesoría intelectual fortuita y de boca a oído. Para entonces Balzac reflexionaba sobre la necesidad de emplearse a fondo en conocer los riesgos del matrimonio, aconsejando a los hombres no casarse antes de estudiar anatomía femenina y, haber disecado por lo menos el cuerpo de una mujer. Semejante criterio en pleno siglo XIX y en torno a los riesgos del matrimonio, debía resultar escandaloso tanto como original, máxime cuando se cuidaba de no ocultar, a los varones, la conveniencia de mantenerse alertas, noche y día, porque un marido, decía Balzac, ha de tener el sueño tan ligero como el dogo al que nunca se sorprende, y:

            “Debe ser el último en dormirse y el primero en despertarse”.

           ¿Y para qué un sacrificio así? Se preguntará todavía algún ingenuo.
Sin duda para prevenir mayores males y recrearse en la exclusividad. Forjado por las experiencias ajenas que cunden alrededor, el hombre, desde la firma de su compromiso matrimonial, y si la mujer es guapa con más razón, se sabe sutilmente vigilado, o asediado por lobos con piel de cordero, y es consciente de los peligros en potencia representados en un par de cuernos.  
           
          Claro que nos dirán que todo aquello ha cambiado, y estamos en un mundo al que debemos medir con varas posmodernas. Sin embargo, en el amor se conjugan las mismas efusiones estremecidas, y no hay forma mejor de entender o interpretar el presente que conocer el pasado. Así mismo la religiosidad generalizada ayer, en la que pondremos el acento a continuación, hoy reducida, podría ser sustituida por ilusionantes pasiones que han ocupado su lugar. Una u otras, revelan el  cambio de formas, y no de la esencia, de las conductas de nuestros semejantes.
           
           Aseguraba el autor francés, y nuestra generación vivió de cerca, que muchas de las jóvenes casaderas dejaban de asistir a la misa dominical, abandonando breviario y rosario de cuentas con todos sus misterios, para sustituirlos por el amor humano. Es decir, las mujeres se alejaban de la Iglesia captadas por la atracción de un hombre destinado a ocupar un lugar de privilegio: el lugar de Dios. Y junto al hombre ahora divinizado, olvidada de dogmas y deberes, gozar de placeres celestiales y gloriosos.
           Ésta, parece una afirmación discutible, herética, desproporcionada o atrevida, pero me dirijo a gente culta que acepta las cosas como son, viene de un largo viaje, y sabe leer e interpretar los hechos. Los seres humanos calificamos al objeto de nuestro amor con arrebato sentimental o exaltación desmedida, y en cualquiera de las direcciones. Y sabemos que la inclinación del hombre enamorado, hacia la mujer, hará que la describa con sublimes e inigualables virtudes, calificándola con epítetos alusivos a su condición  angelical y divina, sin duda expresiones populares con raíces de profundidad filosófica porque se sobreentiende que: lo verdaderamente divino es lo humano, y las determinaciones humanas son las determinaciones que atribuimos a la divinidad. Pero no vamos a detenernos en ello, -aunque bastaría con recordar algún encendido poema- para evitar la dispersión, y porque debemos  reflexionar brevemente sobre un caso contrario. 


        La reclusión monástica de una minoría de religiosas, renunciando a la vida laica y haciendo votos de castidad, obediencia y pobreza, no sería más que la inversión de las preferencias. La renuncia al amor del hombre cambiado por el amor a Dios, o el rechazo instintivo de lo conocido con anhelos de satisfacer necesidades sentimentales o espirituales.
           
           Pero tanto para la primera joven como para la religiosa, el tiempo pasará jugando con su destino y cambiando las cosas caprichosamente. El equilibrio fisiológico y orgánico sufre alteraciones bruscas, o tenues, que se aprecian en la conducta de las personas y en sus emociones. Pequeños porcentajes de carbono en el acero modifican sus características cualitativas, y las variaciones naturales e insignificantes en el organismo humano, producen mutaciones en su conducta. La fidelidad o el amor sostenido en el tiempo, aunque pretenda sacralizarse, en realidad se debe a leyes que vamos conociendo y no a la bendición de un clérigo, un exorcismo o el rezo del rosario en pareja. Somos quimismo puro, animales que se equilibran y desigualan con leves alteraciones de sustancias naturales; somos mecanismos sin voluntad libre movidos o estimulados por los instintos. Y la vida nos ha enseñado que la vieja fórmula del matrimonio que finaliza ordenando “Hasta que la muerte os separe”, caduca, enmohecida y apolillada, debiera ser sustituida por: “Hasta que la bioquímica  decida la ruptura… caprichosamente y sin saber por qué”.
         
           Rupturas sentimentales en proporciones abrumadoras lo prueban.
         
           Si el cambio en las proporciones de las sustancias que mueven nuestros sentimientos, se ocasiona en la religiosa, retornará afligida al mundanal ruido escapando del olor a incienso… o debiera tener fuerzas para hacerlo. Si por el contrario tiene lugar  en la entonces joven casada con un hombre al que glorificó, divinizando, ahora adornada de cinco, diez o veinte años más, algunos centímetros añadidos a la cintura, patas de gallo en los ojos y el devocionario religioso entre las manos, volverá a retomar viejos hábitos y escuchar misa en el templo de la plaza mayor. 

          
           El gesto del retorno a la Iglesia no determina, necesariamente, la toma de otro camino, pero es, sin duda alguna,  síntoma inequívoco de que el sujeto elegido, con el que se unió en matrimonio, ha dejado de ser para ella paradigma de las facultades humanas. O lo que es igual, aquel efebo de porte soberbio ya no es modélico y único; caído del pedestal es perfeccionable, se equivoca como cualquier mortal y no representa para su pareja la Unidad de Hombre. El mancebo adolescente al que la joven  concedió, gratuitamente, fuerzas que no tenía y porte que ni soñó poseer, ha dejado de ser… ¡Dios!
        
            Ahora frágil y quebradizo, el humano que antes ocupó un papel de dimensiones cósmicas, será degradado a Ángel de la Guarda.