domingo, 13 de octubre de 2013

¡HASTA LA PRÓXIMA!

 Una cita como la de los días 4, 5 y 6 de Octubre, en Córdoba, nos invita a especular previamente sobre las expectativas que genera, y a la reflexión imprescindible cuando ha concluido. En realidad lo que esperamos de un reencuentro, después de treinta, cuarenta o cincuenta años, es hallar lo que dejamos entonces: Los mismos amigos. Los cómplices encubridores de nuestras infracciones, en quienes  reconocimos los caracteres compatibles y asociados a los nuestros, y con iguales virtudes y debilidades. 

Y así es. Nadie cambia. Y nuestro grado de afinidad tampoco se altera, porque a pesar del proceso de maduración que conlleva el paso del tiempo, los valores más profundos y caracteres más genuinos del individuo son inherentes a su naturaleza y le hacen inconfundible. Esa es, y no otra, la razón por la que un amigo al que encontramos defendiendo ideas dispares a las de entonces, sigue siendo accesible y cercano. Sigue siendo amigo. Se cambia lo superficial y aparente, se cambia lo susceptible de  aprender y desaprender, pero no se cambia lo que uno es.

Y se aprende todo aquello que enseña la familia, la sociedad y la escuela. Se aprende lo que te enseña la tradición, el censor, las costumbres, o el medio cultural en que has nacido  y que con frecuencia es parcial, local o temporal. Se aprende a ser andaluz cuando se nace en Andalucía, o iraní cuando se nace en Irán; se aprenden los fundamentos  cristianos  en la primera, o los musulmanes en la segunda. Se aprenden las ideologías, y se aprende a comer con cuchara en algunas latitudes geográficas, o con los dedos en otras. 



En definitiva:

La Conciencia está plagada de elementos que se aprenden.

Hay por el contrario una parte más profunda en nosotros: El Subconsciente.

Y en el Subconsciente habita lo que somos, lo que no cambia. El Subconsciente alberga las determinaciones que nacen con nosotros, los valores más profundos, las virtudes más apreciadas, recónditas e intensas de la personalidad, que la educación quiere imprimir en nosotros, y sólo se asimilan cuando la naturaleza individual lo ha predispuesto. ¡Tú siempre serás tú! No se aprende a ser artista, el artista nace como nacen las cualidades sensitivas o perceptivas que nos hacen únicos. No se aprende la inteligencia ni la idiotez. Se nace. No aprende uno a oír, si es sordo. No se aprende a ser nervioso si eres flemático. No se aprende a ser envidioso, generoso, soberbio, psicópata, místico, compasivo ni egoísta, porque son determinaciones psicogénicas innatas: el núcleo esencial inalterable que sólo descompone un trauma.

En consecuencia, ¿por qué no volver, si hallarás los amigos que dejaste y no otra cosa? Desde aquí animo a quienes remisos  y temerosos de no encontrar a los amigos que perdieron, rehúsan acudir al encuentro anual. Seguimos siendo los mismos, nos hemos reconocido sin que hayan sido un obstáculo, treinta, cuarenta o cincuenta años de distancia; envueltos en una carcasa en la que el tiempo ha hecho estragos, nos hemos abrazado compartiendo horas irrepetibles. 

¡Debemos volver a encontrarnos nuevamente! 

¡Hasta la próxima!


Mariano Martín S.Escalonilla