domingo, 24 de junio de 2012

Animales (4)


LA BRUJA

soy el profesor de ciencias Sandalio Monteamargo Negrete, al que algunos de ustedes ya conocen, y hoy me trae aquí una misión distinta a la de impartir la asignatura, no por ello con intención menos científica. –Dijo dando por iniciada la conferencia tras desprenderse del abrigo de color verde lagarto, que dejó sobre el asiento, y extendiendo un libro sobre la mesa del estrado, con decenas de lengüetas de papel que separaban las páginas con subrayados, enunciados, apostillas o aforismos de interés para la ocasión, que leería más adelante.

 Había parecido imprescindible, al director espiritual del internado, que la formación moral de los alumnos en las últimas sesiones de los Ejercicios Espirituales del curso, la potenciara un profesor de ciencias en lo que respecta a la espinosa y peliaguda cuestión de la relación del hombre con el sexo, y  para ello nadie mejor que la prudente y medida contundencia del profesor de naturales, Sandalio, un cuarentón avanzado y de rostro severo, alto, conquense de origen, apóstol propagador y cruzado del conocimiento, con tan gran capacidad de comunicación y verbo, que merecía carta blanca para transmitir de viva voz, juicios y experiencias en materia tan delicada.

– Si alguien espera de mí una lección de moral al uso, se equivoca, –prosiguió el profesor– de manera que pueden ir archivando monsergas, que amenazan condenar al lujurioso con la perdición del alma, y penas de Infierno. Yo les hablaré de la antesala de ese abismo, de los castigos que padecerán en este mundo, pues si bien es cierto que “Dios ha puesto a nuestro alcance gratuitos, magníficos y simples goces, para impedir su disfrute a destiempo, la naturaleza nos mortifica con las consecuencias más dolorosas y sanguinarias: el Infierno en la Tierra”, –dijo mirando al libro de soslayo–. Lo sé, porque libros como éste, en la materia que hoy abordamos, lo enseñan y demuestran científicamente.

El profesor levantó la mano derecha exhibiendo el ejemplar, y moviéndolo con el brazo adelantado, haciendo un barrido de uno a otro lado, posibilitó la lectura de su título a todos los alumnos sentados en los asientos de la sala de conferencias. Se trataba de “Onanismo o el espantoso pecado de la autopolución”, escrito por un autor inglés de nombre Bekkers, médico de profesión, religión protestante, moralismo integrista, y editado en el año1710: una terrible y categórica advertencia que daba fe de las consecuencias provocadas por la masturbación masculina. El título estampado en letras bien visibles sobre la portada, unido a las últimas frases, hicieron temblar inconscientemente, tanto a los cercanos, como a los alumnos más alejados del estrado.

Les hablo desde la experiencia, la decencia y el sentido común. A los argumentos metafísicos y teológicos que en los Ejercicios Espirituales habrán escuchado, yo quiero añadir evidencias razonadas: el cúmulo objetivo e indiscutible de conocimientos de que nos provee la medicina. En la masturbación tienen el origen las mayores calamidades que un joven puede padecer. Entre ellas, no quiero privarme de citar las más importantes que descubriera el doctor e investigador Bekkers: “…trastornos estomacales y digestivos, inapetencia o hambre canina, vómitos, náuseas, debilitamiento de los órganos respiratorios, ronquera, impotencia y falta de libido, sensaciones dolorosas en la espalda, trastornos visuales y auditivos, mengua de las fuerzas físicas, palidez, delgadez, pústulas en el rostro, aminoramiento de las fuerzas síquicas y de la memoria, ataques de rabia, sabañones en los pies, idiotez, epilepsia, rigidez, fiebre y caída en la tristeza que puede llegar a inspirar el suicidio...” ¡La perspectiva no es posible imaginarla más espeluznante!

El profesor Sandalio cerró el libro e hizo una pausa; un entreacto calculado para estudiar la reacción de los alumnos, apreciada en la expectación absoluta reinante en la sala, donde se hubiera oído escandalosamente la respiración de una mosca. A la generalizada mudez que provocara su introito, reaccionó quitándose las gafas de concha, que limpió insistente y lentamente con un pañuelo, oteando desde sus dos metros de alzado los trescientos sesenta grados del entorno, antes de aplicárselas sobre la nariz para proseguir  el discurso reentrando en el tema sin preámbulos y  a degüello.

No crean en esa peregrina y extravagante idea que corre de boca en boca, e ignora la conveniencia saludable de guardar a cualquier precio la castidad: “Órgano que no se ejercita se atrofia…” es una aseveración falsa. Yo afirmo lo contrario, ¡los espermatozoides que se reservan son como los buenos vinos, ganan en calidad! Cierto es que el número de espermatozoides que produce el organismo humano en una vida, es muy alto, extraordinariamente alto, pero limitado o finito. Y cuanto antes comienza a consumirse esa energía, antes se agota. Es como si alguien dispusiera de recursos económicos para consumir tres panes a lo largo de una semana, y se los comiera el lunes.

Pese a la improvisación del hilo argumental, la respuesta de algunos sí, dispersos, con tibieza y a modo de rumor, dieron pie al profesor Monteamargo, que negaba amenazar pero amenazaba, para continuar alimentando el incendio con más carbón:
  El argumento a favor de este control de capital energético es simple y de carácter economicista. No hay más que dos alternativas a seguir, la de la Cigarra, o la de la Hormiga. ¡Dilapidar espermatozoides sin miramiento, o ahorrarlos avariciosamente! En sus manos está la decisión trascendente, que consiste en malgastar como las primeras, o reservar como las segundas, energías que precisarán mañana ––profirió inalterable, empujando las palabras con el cuerpo entero.

En aquel momento, algunos sofocados susurros comenzaron a recorrer el espacio de boca a oído, y el profesor interrumpió la arenga dirigiéndose a los alumnos, sin personalizar, y esbozando una sonrisa oblicua y atravesada.

Sí, digan…, pueden interrumpirme… no pasa nada, díganme…
Bueno, –alegó un estudiante– quería decir que el padre Félix nos dio una charla el martes pasado, y puso como ejemplo sobresaliente al que llamó rey de la selva: El Elefante, una bestia de larga vida que se aparea una vez cada dos años…, o cada tres.
Sí, en efecto improvisó el profesor con fingida naturalidad e inteligente oportunismo: El Elefante es un modelo paradigmático en economía de recursos sexuales, ha sido invariablemente el prototipo de la Iglesia por su austera y espartana autodisciplina, pero soy un científico, me rijo por patrones distintos; al fin y al cabo debemos a la ciencia el descubrimiento en laboratorio, y fehacientemente, de que la masturbación produce: “el reblandecimiento de la columna vertebral, la sequedad del cerebro y la producción de ruidos en el interior del cráneo, en un proceso, finalmente, letal”. En pocas palabras, la demostración empírica de la capacidad del placer solitario, para desintegrar o fulminar la anatomía humana. En último término, los científicos convergemos con las normas morales a las que mansamente debemos plegarnos.

Llovía sobre mojado, la originalidad era escasa, pero la exposición efectiva; para acosar al deplorable vicio de la masturbación, en la generación de los años 60, había ya dos mecanismos útiles: si la proposición moral no tenía la fuerza suficiente para doblegar la voluntad pecadora, tal vez la venganza que se tomaba la naturaleza por su cuenta y riesgo, despertara una conciencia puritana y represiva suficiente. Y para cumplir el objetivo, se valían también en el internado de dos soluciones paliativas: una dietética, la dosis diaria de bromuro per cápita y sin tiento, distribuida y mezclada con los alimentos en almuerzo o cena; la otra fundamentada en la razón administrativa  y contable de los espermatozoides.

Después, el profesor Monteamargo cambió de tercio, y habló de las enfermedades de transmisión sexual como espantosa antesala de la muerte, aportando una galería de imágenes fotográficas delatoras de la destrucción física del libertino reducido a escombros. Rostros deformes, amoratados y agujereados, purulentos y sangrantes, o narices carcomidas, labios infectos, ojos hundidos y rijosos, sexos llagados y repugnantes, le permitieron rematar aseverando que, “los organismos vitales del cuerpo humano, en un proceso calculado diabólicamente, son atacados por las enfermedades venéreas, sistemática e implacablemente, hasta su total e inmisericorde podredumbre”.

Conforme la clase avanzaba, como tomada al asalto a sangre y fuego por los cuatro jinetes del Apocalipsis, cundía el pánico en el aula, y encogían los cuerpos de los alumnos, quienes con la conciencia de ser campo de batalla de la concupiscencia, saldrían de aquel lugar espantados, arrepentidos, lívidos y pesimistas, reprochando a la creación no haberles asignado el papel de asexuados engendros, o aberraciones sin instintos, antes que despreciables humanos con debilidades.

Finalizada la conferencia, el profesor tomó el pasillo a grandes zancadas, y bajó los escalones de tres en tres hasta la planta baja, mientras miraba el reloj intermitentemente, sin demasiada confianza en que el tiempo encajara con sus compromisos. Salió del colegio, atravesó la plaza, y a punto estuvo de atropellarle una Vespa. Tomó la primera a la derecha, y dos calles más allá junto a la Fuente de Venus, y al volante de un flamante SEAT 600, le esperaba su amante a la que, antes de introducirse en el vehículo saludó sonriendo como un niño, y con un beso en la mejilla.

Cariño, llegas un poco antes de lo que esperaba, por una vez eres puntual.

Bueno, es que hoy he dado una clase atípica… no me ha sido complicado cumplir siendo breve… te aseguro que esos, no se la tocan, en un par de años, y… ¡no me olvidarán en el resto de sus vidas!

¡No me lo digas!… lo adivino, les has hablado de sexualidad.

En efecto. Debemos insistir, y formar una juventud de entereza moral a toda prueba. Modélica. No podemos consentir que aprendan de los malos ejemplos de la calle, que se combaten con métodos pedagógicos. El cine, la música moderna, el turismo y las influencias europeas en general, alteran y relajan negativamente, costumbres y tradiciones de nuestro país. Las autoridades son demasiado permisivas con la prostitución; los censores, con la radio, la televisión, o las publicaciones en papel; se habla de la liberación de la mujer y la píldora anticonceptiva… las españolas quieren adoptar la moda de la minifalda, importada de Inglaterra y que se ve en Torremolinos: ¡ese antro de perdición!… ¿Hasta dónde vamos a llegar a este paso, de no hacer distinguir a los jóvenes entre la libertad y el libertinaje? ¿Hasta dónde?

Por cierto, Sandalio, le interrumpió ella poniéndole el índice de la mano derecha, tiernamente, sobre los labios a partir de hoy debemos de fijar la cita en otro lugar, éste ya no resulta suficientemente discreto. Tengo la impresión de que no es casual, he visto pasar muy cerca y hecha una furia, a la bruja.

¿Qué bruja? –preguntó Sandalio Monteamargo Negrete palideciendo, sacudido y sobresaltado por la sorpresa,  mirando conmovido y preocupado en derredor.

¡Tu esposa! ¿Qué otra bruja conocemos, que poniendo precio a nuestras cabezas, ande a su caza y captura?


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